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Apego y Regulación Emocional


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En esta presentación, mĆ”s que sostener un punto de vista teórico sobre el apego o la disciplina psicoanalĆ­tica, quisiera compartir con ustedes observaciones desde mi experiencia de mĆ”s de 50 aƱos en el ejercicio de la psicoterapia psicoanalĆ­tica, tanto desde el lugar de paciente en proceso de elaboración de una pĆ©rdida, como en el de terapeuta explorando y aprendiendo en la cotidiana tarea de ayudar a otros a lograr soluciones a sus desequilibrios y desajustes en el reto adaptativo que nos presenta la vida, en particular en lo que ataƱe a las relaciones con uno mismo y con los demĆ”s. Terreno Ć©ste Ćŗltimo en el que los pacientes nos han ido presentando con cada vez mayor frecuencia trastornos relacionados con fallas en la relación de apego temprano, aquello que deriva en lo que se ha tenido en llamar ā€œpatologĆ­as de carenciaā€.

Los problemas que nos suelen traer los pacientes ya no son los mismos que hace 50 aƱos; tampoco lo son las circunstancias en que vivimos. Los procesos de cambio en la ciencia y en la tecnologĆ­a, por un lado, y los tentĆ”culos de una sociedad de consumo que ha cambiado los paradigmas de nuestro tramado social, por el otro, han puesto en jaque nuestros recursos adaptativos. Hay una crisis de valores que menoscaba severamente la solidez de nuestros modelos de organización personal y la resultante suele ser la construcción de un falso self adaptativo antes que el funcionamiento desde un verdadero self coherente y cohesivo. En lenguaje sencillo, observamos que, cada vez mĆ”s, es suficiente con ā€œparecerā€ y no con ā€œserā€.

La función materna, eje del indispensable apego temprano, estĆ” socavada por las exigencias de la necesidad de producir dinero o generar recaudos materiales, perdiendo de vista la expresión de un mandato biológico que determinarĆ” el desarrollo de las capacidades emocionales del hijo. Es la madre quien estĆ” en una condición especial para iniciar el Ć­nterjuego relacional de estĆ­mulos y respuestas preverbales, que irĆ”n nutriendo el registro de las memorias procedimentales, que son la esencia para la interacción ulterior con el mundo, para enfrentar los retos adaptativos que la vida nos presenta, comenzando por el reto de autosostenernos y diferenciarnos, siendo capaces de ā€œleernosā€ a nosotros mismos, tanto como de poder entender al semejante como alguien diferente.


El apego temprano estĆ” enmarcado en una situación de sobrevivencia en la que el bebĆ© depende absolutamente de su entorno. Las fallas o ausencias del cuidador, que suele ser la madre, movilizan en el bebĆ© profundas angustias de muerte, desamparo o abandono, con resultantes que fueron observadas en los aƱos cuarenta por RenĆ© Spitz, quien acuñó el tĆ©rmino ā€œdepresión anaclĆ­ticaā€ para referirse a la carencia afectiva subsecuente a la separación materna. Si Ć©sta supera los cinco meses, seƱala Spitz, empieza a producirse un deterioro que posteriormente puede llegar a una afectación psicosomĆ”tica irreversible, a la pĆ©rdida de vivacidad relacional e incluso a la muerte, pese a contar con una atención esencial bĆ”sica nutricional. Concluye que se trata de una reacción a la ausencia de la madre y al afecto insuficiente por parte del personal de los orfanatos en donde desarrolla dichas observaciones.


Poco tiempo después, Harry Harlow, de una manera un poco cruenta, se dedica al estudio del apego temprano entre la madre y su bebé. Para dicho fin, lleva a cabo experimentos con chimpancés. Somete a los monos bebés a la separación de sus madres y los introduce en una jaula donde hay dos estructuras de alambre: una estÔ conectada a un biberón, que el monito puede succionar para obtener leche; y, la otra estructura no ofrece alimento, pero estÔ recubierta con una suave felpa en la que el monito suele acurrucarse luego de mamar. Se le mantiene aislado de la madre a la vez que del contacto emocional con los humanos.


Ante situaciones extrañas o atemorizantes, los monitos reaccionan con intenso miedo, corriendo a aferrarse a la mona de felpa. Si se le quitaba a la mamÔ de felpa, el monito entraba en una excitación sumamente angustiosa. Estos experimentos, que no describo en mayores detalles, permitieron confirmar que la deprivación materna, la falta de apego fisiológico natural con la madre, produce trastornos también en otras especies, no solo en los humanos.


John Bowlby integra las observaciones anteriores con las de un famoso etólogo, Konrad Lorenz (premio Nobel de fisiologĆ­a en 1973), quien desde los aƱos 30 se dedica a la observación de la conducta de patos y gansos, en particular a lo relacionado con sus pautas de apego, desde donde remarca el carĆ”cter biológico del establecimiento de dichos apegos y el peso del establecimiento temprano de una pauta de relación que denominó ā€œimprontaā€. En el caso de patos y gansos, la impronta supone el establecimiento de una relación de apego irreversible con lo primero que encuentran en movimiento al momento de nacer que, en sus experimentos, solĆ­a ser Ć©l mismo. Los patitos, aunque Lorenz trataba de regresarlos donde su madre, lo seguĆ­an buscando a Ć©l, mostrando un fuerte apego, porque habĆ­a sido su primer contacto vivo.


Bowlby hace observaciones de bebés o niños que son separados bruscamente de sus madres por diferentes circunstancias. Anota que se producen una serie de reacciones, que establecen una secuencia de tres momentos. En el momento inmediato de la separación y puesta en un lugar extraño, el bebé tiene reacciones de protesta y reclamo de búsqueda de la madre; luego de un tiempo, su protesta se atenúa y se muestra desesperanzado, con llantos atenuados. En un tercer momento, se comienza a mostrar indiferente, desapegado y como desinteresado por el entorno. Estas reacciones se atenúan si se encuentran en la nueva situación con una persona con cualidades empÔticas que los acoja y sostenga emocionalmente (atenciones, tonos amables, contacto, juego, ternura, etc.).


Bowlby es quien busca integrar sus hallazgos a la comprensión psicoanalĆ­tica, encontrando un rechazo inicial por parte de sus colegas. Sin embargo, con el tiempo y mayores investigaciones y hallazgos, el escenario central del apego fue encontrando cada vez mayor acogida, entramĆ”ndose con la visión ā€œrelacionalā€ y ā€œvincularā€, que reorientan la labor terapĆ©utica hacia formas que integran en grado mayor la relación afectiva, mĆ”s allĆ” del amparo de la palabra, como mediadora del proceso.


Peter Fonagy, psicoanalista inglĆ©s de esta orientación, propugna el trabajo de la ā€œmentalizaciónā€, una función ligada a la posibilidad de ā€œdarse cuentaā€ de la intencionalidad de las acciones de los demĆ”s y de uno mismo, que ha quedado perturbada por las fallas de apego temprano.


En los últimos 20 años, Allan Schore, en Estados Unidos, se ha dedicado a la investigación del apego temprano, recogiendo conclusiones de una diversidad de investigaciones de otros autores. Encuentra una gran apoyatura en los hallazgos de las neurociencias, desde donde, junto con otros psicoanalistas, propone una resultante ligada por el concepto de inconsciente: el neuropsicoanÔlisis.


Entre los aportes mÔs importantes de lo observado por Schore, tenemos que la interacción vincular que establecen la madre y el bebé estÔ sostenida por los hemisferios cerebrales derechos de ambos, en particular por el sistema límbico. Como sabemos, en los comienzos de la vida predomina un intenso desarrollo del hemisferio cerebral derecho, que tiene una preponderante misión en la organización e integración de las expresiones afectivas. De la interacción entre la madre y su bebé surge una resultante que sedimenta en la memoria procedimental de cada quien y que en el bebé es crucial para el establecimiento de las claves para un lenguaje emocional futuro.


Esta aproximación lĆ­mbica derecha tiene un interjuego de estimulación-respuesta, sostenido por un marcador psicofisiológico, que se traduce en una sintonĆ­a mutuamente estimulante, con reacciones que van tejiendo una trama de experiencias que dan lugar y forma al mutuo entendimiento y desarrollo creativo, en el que intermedian las miradas, los gestos, los tonos, la prosodia… y todo lo que antecede al lenguaje verbal. En los momentos mĆ”s tempranos de este encuentro se da, de manera natural, fisiológica, un fenómeno especial llamado ā€œsincronĆ­aā€, que es una suerte de complementación en simultĆ”neo entre madre y bebé… una vivencia en comĆŗn. Por ejemplo, Ć©l bebĆ© tiene hambre y la madre empieza a emanar leche, aunque no estĆ©n juntos.


El concepto de regulación emocional es uno de los temas centrales en la fenomenología del apego. Schore lo toma como un modelo a considerar en el escenario terapéutico, en la relación entre el psicoterapeuta y su paciente. Las emociones en general -y la angustia o depresión en particular- movilizan en la madre recursos emocionales de consolación, contención, presencia calmante, seguridad, protección, paciencia, etc. Paulatinamente, el bebé incorpora la experiencia de forma que en algún momento logra la propia autorregulación y la confianza en las posibilidades de sostenerse por sí mismo en ausencia de la madre.


Ciertamente, de este acompaƱamiento regulatorio llevado de manera natural, deriva lo que Bowlby denomina un apego seguro, es decir, la sensación suficiente de confianza en la estabilidad interior, como para atreverse a explorar en situaciones extraƱas. Las fallas en el desarrollo de una interacción saludable con el entorno llevan a lo que denominó ā€œapego inseguroā€, es decir, una falta de confianza en la estabilidad interior, lo que supone, extensivamente, dificultades para explorar el entorno e interactuar con Ć©ste de forma flexible.


Estas configuraciones afectivas bÔsicas, el apego seguro y el apego inseguro, tienen por cierto, variables cualitativas y cuantitativas y evolucionan en la vida enmarcada por experiencias que contribuyen a su reforzamiento o debilitación. Siendo éste un punto central para la evaluación del potencial que supone su inclusión en el proceso terapéutico.


Desde esta introducción, por cierto, muy sintética, al desarrollo del concepto de apego y a su trascendencia actual en la psicoterapia psicoanalítica como un concepto abierto, en evolución, que integra lo biológico y que se nutre de los hallazgos de las neurociencias y las nuevas investigaciones, vamos a dar espacio a los aconteceres de mi experiencia personal propuesta inicialmente.



De paciente a psicoterapeuta


Poco tiempo despuĆ©s de cumplir mis 20 aƱos, falleció mi padre. Un fulminante cĆ”ncer de pulmón se lo llevó en pocos meses, llenĆ”ndome de una inmensa tristeza, un dolor profundo que trataba con dificultad de soslayar tras la excusa que me prestaban las exigencias de estudio propias de un estudiante del primer aƱo de medicina. Haciendo de tripas corazón, seguĆ­ adelante como pude, hasta que, a los pocos meses, como la brusca explosión de una represa, me desmoronĆ©: tuve mi primer ataque de pĆ”nico, seguido por remezones intensos de angustia que no desaparecĆ­an con facilidad. Fue una terrible experiencia que me hundió en un fĆ”rrago de mil fantasĆ­as y temores. Me inundó la fantasĆ­a y los temores de quedar atrapado en la ciĆ©naga de la impotencia, de tener que abandonar los estudios, de convertirme en un incapaz... aĆŗn asĆ­, "mascando vidrio", me esforcĆ© y seguĆ­ para adelante, a duras penas… pero, el cuadro fue in crescendo… angustia insoportable, dificultad para dormir, nuevos ataques de pĆ”nico, fobia a los espacios cerrados… me ocurrĆ­a en las clases, cuando apagaban las luces para proyectar lĆ”minas. Terminaba, entonces, saliĆ©ndome del salón, en medio de una sensación de ahogo, de falta de aire y con el corazón al galope, subiendo hacia mi garganta, amenazando con estallar... me tomaba unos minutos y volvĆ­a a entrar, siguiendo la clases desde la parte de atrĆ”s, cerca a la puerta, por si tuviera que volver a salir. Nadie sabĆ­a lo que me pasaba, era algo que sentĆ­a poco digno de compartir.


Cuando no pude mĆ”s, busquĆ© ayuda y encontrĆ© prescripciones y recomendaciones de todo tipo: ejercicios de relajación, respiración, tranquilizantes, antidepresivos… y, desde mĆ­ mismo, un aferramiento al terreno de los estudios, que decidĆ­ heroicamente sacar adelante en memoria de mi padre. Como en una incierta cuerda floja aprendĆ­ a mantener el equilibrio, a torear los sĆ­ntomas, generar estrategias para manejar los picos de angustia… hasta que descubrĆ­ la psicoterapia, el psicoanĆ”lisis. Un joven y muy erudito profesor, que nos daba clases de psiquiatrĆ­a en la facultad de medicina, nos sedujo a varios alumnos con una propuesta irresistible: nos ofreció clases privadas de psicoanĆ”lisis, Ā”gratis!, un regalo de la vida imposible de dejar pasar!. Fue asĆ­ que ingresĆ© a mi primer grupo de estudios sobre el fascinante mundo del inconsciente, "poderoso y mĆ”gicoā€ del que nada sabĆ­a, pero mucho sentĆ­a que habĆ­a que aprender, una nueva ruta hacia la salud...


QuedĆ© fascinado por esta nueva mirada que trascendĆ­a osadamente lo aparente… y, por cierto, no tardĆ© en pedir la oportunidad de ser paciente de nuestro deslumbrante profesor, honor que me fue conferido de inmediato, haciĆ©ndome sentir el mĆ”s afortunado de los mortales. AsĆ­ comenzaron los primeros cuatro aƱos y medio de terapia personal, a los que luego se sumaron experiencias de psicoanĆ”lisis, y que, incluyendo los requeridos por mi formación como psicoanalista, sumaron un total de doce aƱos de bĆŗsqueda interior. Para sostener el costo de mi terapia personal, cursos, compra de libros, supervisiones, etc., no habĆ­a esfuerzo que no estuviera dispuesto a hacer: hacĆ­a taxi, montĆ© una polla del fĆŗtbol con mis compaƱeros de estudios, trabajĆ© en una clĆ­nica… SaltĆ© a una idealización total del psicoanĆ”lisis en esa versión que me tocó por entonces conocer.


En este nuevo espacio de estudios, de repente me encontrĆ© convertido en una suerte de ā€œgenioā€, en un "brillante estudiante", algo inĆ©dito en mi experiencia estudiantil. Esta situación derivaba de que mi erudito profesor y psicoterapeuta no dejaba de dar interpretaciones interesantĆ­simas a partir de cualquier comentario que yo hiciera: ā€œlo que Pedro nos quiere decirā€¦ā€ seguido de una serie de conceptos y asociaciones que me daba rubor discutir si realmente era lo que quise decir… porque no dejaba de ser un juego ilustrativo del que se aprendĆ­an cosas. Mis compaƱeros parecĆ­an verme de la misma manera, en una dinĆ”mica que poco a poco fui entendiendo como un fenómeno grupal... consecuencia de una sugestión orquestada por nuestro mentor.


En este contexto, entonces, pasĆ© a ocupar el lugar del discĆ­pulo destacado, el de una suerte de delfĆ­n, que seguramente comparĆ© con la relación entre Jung y Freud… Ā”nada menos! Ć©poca de tremendas idealizaciones…! Cierto es que, en algĆŗn lugar de mi mente, nunca estuve del todo convencido de la propuesta. Me daba cuenta de ello, pero preferĆ­ dejarlo asĆ­. SentĆ­a una tremenda compensación: me mejoró el Ć”nimo, volvĆ­a a una vida ā€œnormalā€, las angustias se disiparon, mientras disfrutaba de una mĆ­stica de aprendizaje que nunca antes habĆ­a experimentado, cómo no seguir asido de este cómodo ā€œflotadorā€ que me rescataba del naufragio, que me daba tiempo, de a pocos, para aprender a nadar...


De lo que tardĆ© en tomar conciencia fue de la cantidad de contradicciones que se producĆ­an entre el discurso de la enseƱanza de la tĆ©cnica y lo que puso en prĆ”ctica mi psicoterapeuta en mi proceso con Ć©l. Aparte de darme clases, me supervisaba gratuitamente, me prestaba sus libros, Ć­bamos al cine, al estadio (Ć©ramos hinchas del Muni), nos reunĆ­amos a escuchar mĆŗsica en su departamento, viajĆ”bamos a congresos… Incluso, me llevó con Ć©l como su segundo a trabajar en una clĆ­nica psiquiĆ”trica. Digamos que me adoptó. Protagonizó a un padre sustituto que restaƱaba mi pĆ©rdida, colocĆ”ndome en un lugar idealizado... realizaba totalmente mis fantasĆ­as infantiles de ser el preferido de papĆ”, para el sexto de seis hermanos era llegar a una gloria que no me hubiera osado imaginar.


Esto no tenĆ­a nada que ver con lo que habĆ­a sido la relación con mi padre, a quien amĆ© profundamente, pero sin tanta necesidad de apego idealizado. Mi padre era un hombre de gran calidez, a quien simplemente sentĆ­a allĆ­, disponible; percibĆ­a su confianza y la libertad que emanaba de ello. Su impronta emanaba del ejemplo, era un ā€œarregladorā€, no habĆ­a cosa que no pudiera reparar, carpinterĆ­a, gasfiterĆ­a, pintura, etc., incluso, eventualmente creaba instrumentos, producto de una habilidad especial para dar cuenta de sus necesidades. Me dejaba ser, sin presiones ni amenazas. En relación al tema del apego, creo que mi padre llenó en gran medida el vacĆ­o que dejaba mi madre, quien era mĆ”s bien frĆ­a o poco tierna… salvo en lo que significaba atender nuestras necesidades bĆ”sicas. Alguna vez dije de mi padre que Ć©l ā€œera una madreā€.


Comparado con mi padre original, en algĆŗn momento, empecĆ© a sentir que lo que protagonizaba mi terapeuta no correspondĆ­a con lo mĆ­o, empecĆ© a sentir que esperaba una filiación dependiente, que, afectivamente no habĆ­a "gratuidad". Poco a poco, fui comprendiendo que era parte de una trama de proyecciones e identificaciones transferenciales que se nutrĆ­an de mi contratransferencia y que mi transferencia, en Ćŗltima instancia, estaba tergiversada por las propias necesidades de mi psicoterapeuta, quien veĆ­a en mĆ­ a aquĆ©l que Ć©l hubiera querido ser… Cierto es que a su lado me planteaba, sin sufrir, la utopĆ­a de querer emularlo, en particular con respecto a su erudición. Ɖl era un ratón de biblioteca con una memoria fotogrĆ”fica mientras que una de las cosas de las cuales yo adolezco es de tener una buena memoria, tema que retomaremos mĆ”s adelante como parte de mi posicionamiento en mi lugar como psicoanalista.


En paralelo a mi psicoterapia de aquel entonces, realizaba mi formación como psiquiatra dinÔmico en la escuela del Dr. Seguín, verdadero maestro, quien, a la cabeza de un equipo de destacados profesionales, sostenía una propuesta de integración de recursos: comunidad terapéutica, psicoterapia de grupo, psicoterapia individual, psiquiatría de enlace, farmacoterapia, psicodrama, medicina folklórica, etc.


La prĆ©dica central, que propugnaba el maestro SeguĆ­n, era el acercamiento humano al paciente, el ā€œeros terapĆ©uticoā€, principio con el cual guardaba total coherencia, lo mismo que con el ejercicio humano de la relación con sus discĆ­pulos, quienes, dicho sea de paso, no eran seducidos sino estimulados en libertad. Puedo decir que en su servicio habĆ­a mĆ­stica y calidez, una excelente relación de equipo que me ayudó muchĆ­simo a recuperarme… siendo parte de una familia con un padre ejemplar.


Faltando poco para terminar mi psicoterapia (y comenzar mi anĆ”lisis con un psicoanalista formado), mi terapeuta me desconcertó con una pregunta que ni remotamente esperaba: ā€œĀæTe incomoda si salgo con tal chica...?ā€ Ɖl sabĆ­a que cada tanto yo salĆ­a con ella; no era nada serio, pero Ā”habĆ­a sido material de sesión…! De alguna manera me convenció, con la explicitación de que sus intenciones eran serias para con ella, por lo cual dejĆ© de lado la mirada analĆ­tica de la situación. Todo resultaba pĆ©simo tĆ©cnicamente… y, sin embargo, Ā”me ayudó tanto!


Claro, hubo un despuĆ©s en donde surgieron confrontaciones con estas cosas; primero conmigo mismo y luego con Ć©l. Para Ć©l, todo habĆ­a estado bien. DecidĆ­, entonces, que no habĆ­a lugar para una extensión de la relación en tĆ©rminos de amistad, cosa que Ć©l propugnaba. En algĆŗn momento, le lleguĆ© a decir: ā€œNo puedo ser tu amigo simplemente porque a un amigo lo puedo mandar a la mierda y contigo no se puedeā€¦ā€ Pero Ć©l no se soltaba de la idealización. ComprendĆ­ que no sabĆ­a relacionarse ā€œa la de verdadā€. Era ā€œel dueƱo de la pelota que no aprendió a jugarā€¦ā€ Sin embargo, me ayudó; o quizĆ”s, mejor dicho, me apoyĆ© en Ć©l para ayudarme… y salir, terminar de salir, cerrar el duelo.


Pocos aƱos despuĆ©s, escuchaba a Otto Kernberg en una conferencia en Buenos Aires. Ɖl decĆ­a que un buen paciente (alguien medianamente integrado) funciona con cualquier terapeuta; que el paciente complicado sĆ­ requiere de alguien bien formado profesionalmente. Bueno, tambiĆ©n es cierto que luego de esa experiencia seguĆ­ en anĆ”lisis por varios aƱos mĆ”s, tiempo demĆ”s para elaboraciones y reelaboraciones... que, de alguna manera, siguen hasta la actualidad, sin las urgencias de los comienzos, puedo sostener la mirada analĆ­tica que me permite trabajar y vivir sin engaƱarme.


Creo que lo ocurrido tiene que ver con el haber participado de algo asĆ­ como una idealización liberadora en la cual, felizmente, no quedĆ© atrapado. ĀæMe encontrĆ© con el ā€œbrillo en la miradaā€ que no tuve tempranamente? No lo sĆ©, pero es posible que tambiĆ©n me haya reencontrado con el vacĆ­o engaƱoso de quien imposta por seducirte. Felizmente, de alguna manera, se instaló la posibilidad de darme cuenta… de salir de la impostura y ponerle fin a la diada especular. Son posibles muchĆ­simas interpretaciones y lecturas de este momento de mi vida, que era el comienzo mismo de mi carrera, partiendo de una experiencia marcada por la necesidad, hacia una continuidad sostenida ya por mi propio deseo.


Tuve luego otra experiencia analƭtica en la que sentƭ que no conectaba con mi psicoanalista, quien era demasiado ortodoxo y habƭa momentos en que yo requerƭa mƔs cercanƭa y no la sentƭa. No tuve problemas en ponerle fin.


Encontré la sintonía que buscaba en otro psicoanalista en quien percibí una gran apertura, sin desmedro de su posición analítica. MÔs allÔ de su conocida erudición, se manejaba con una gran soltura en las sesiones, me agradaba en particular su sinceridad y su cÔlida sencillez, permitiendo con delicadeza una cercanía no invasiva por ambas partes.


El tramo final de mi camino hacia la identidad psicoanalítica ya tenía el cariz de una peregrinación. Dejé todo lo que materialmente había logrado acumular, que no era mucho, para viajar al exterior a formarme. Siento, en la perspectiva del tiempo, que lo mÔs importante de esa experiencia fue enfrentarme al reto de auto sostenerme por todos esos años y sobrevivir al intento; renunciar a todo, estar dispuesto a dar la vida por lograr el ansiado lugar como psicoanalista; y, al final, estar igualmente dispuesto a romper con el ideal. Fue una vivencia liberadora.


Mi psicoanalista didacta, una francesa brillante y encantadora, me acompañó en el tramo final de mi camino a la sencillez, al ejercicio de pisar tierra, a encontrarme con la realidad. Esta psicoanalista era, tambiĆ©n, muy abierta y cercana, cĆ”lida y nada complicada. Fue un grato encuentro humano de dos personas que conocĆ­an del exilio. En mi caso, comprendĆ­ que en gran parte mi proceso estaba ligado a la necesidad de enfrentarme a los fantasmas del desamparo y del desarraigo, a salir adelante fuera de mi ā€œlugar seguroā€.


Poco tiempo despuĆ©s de retornar a Lima, escribĆ­ un artĆ­culo titulado ā€œPsicoanĆ”lisis, Mito y Realidadā€, en donde reflexionaba sobre el final de mi proceso de formación (formal) en el sentido de que podĆ­a hablarse de un logro si es que se llegaba a una saludable ā€œcastraciónā€¦ā€ refiriĆ©ndome a una declinación de las aspiraciones narcisistas ideales, cosa que sentĆ­a que andaba por allĆ­ agazapada en mis ocultas aspiraciones de convertirme en un ser mĆ­tico. Me di cuenta, entonces, que estaba preparado para ser, para tener, pero tambiĆ©n para renunciar, una cuota importante que me abrĆ­a la perspectiva de poder ser yo mismo y construir a partir de la experiencia, sin temor al error, al destierro o a la condena. Amparado por cierto en la capacidad incorporada de una mirada psicoanalĆ­tica liberadora.


Algo de eso debe haberme alentado a embarcarme en la constitución del CPPL, institución que fundamos con queridos colegas, con la idea de generar un espacio alternativo a la sociedad analítica, que por entonces se nos antojaba como muy estricta y restrictiva. Por muchos años, el Centro fue un lugar de encuentro en donde flotaba un ambiente cÔlido y distendido, detalle que reiteradamente era remarcado por visitantes y expositores extranjeros invitados a nuestros congresos.



Mi lugar como psicoterapeuta


Hace ya muchos años que sigo a los investigadores de las distintas disciplinas psicoterapéuticas y neurocientíficas, que concuerdan en que el factor mÔs importante en el logro de los objetivos terapéuticos no deriva tanto de la técnica que empleen y menos aún de la ideología teórica a la que adscriban, como que sí lo es desde la calidad del vínculo que logren desarrollar psicoterapeuta y paciente.


Es un encuentro empĆ”tico y sostenedor el que permite que el paciente encuentre la posibilidad de comprometerse integralmente en su proceso. De alguna manera, podemos entender que el pĆ­vot de la experiencia se centra en el encuentro ā€œinconsciente – inconscienteā€, con predominancia del lenguaje emocional, actitudinal, tonal o corporal entre los protagonistas de la experiencia, es decir, el terapeuta y su paciente.


De alguna manera, desde mis tiempos de formación como psiquiatra dinĆ”mico en la escuela del Dr. Seguin, se nos remarcó la premisa de la importancia de la relación ā€œmĆ©dico-pacienteā€ y el sostenimiento del proceso desde el ā€œEros TerapĆ©uticoā€, una variable del amor al semejante que era el eje de nuestra aproximación terapĆ©utica. Esta mirada, por cierto, nos era inculcada por el amor docente y fraterno que acompaƱaba nuestra formación. Como existĆ­a una mĆ­stica por el aprendizaje ajeno a dogmas, con una distancia total de afanes proselitistas, se daba pie a que cada quien encontrara la fórmula terapĆ©utica de su preferencia, siempre y cuando se involucrara con verdadero compromiso.


En Seguín encontré a un maestro que siempre compartía las novedades que recogía de sus lecturas, experiencias o asistencia a congresos, estimulando a sus discípulos a ponerlas en prÔctica. Fue allí donde me forjé como psicoterapeuta, en esa escuela de apertura, integración y cambio, a la que tanto debo.


Precisamente de las canteras de la escuela de Seguín surgieron la mayoría de las escuelas psicodinÔmicas en nuestro país. Yo elegí el psicoanÔlisis y, como quiera que aún no se daba esta formación en Lima, emprendí el camino de la migración a Buenos Aires, en donde completé mi formación como analista.


En la Asociación Psicoanalítica Argentina me sorprendió encontrar un menú teórico-clínico bastante abierto, aunque se sentía mucho la influencia kleiniana y el pensamiento lacaniano empezaba a sonar fuerte. Pero, también, existía una importante corriente winnicottiana que iba cobrando fuerza. Supervisé con una kleiniana y con un filo lacaniano, pese a que mi mayor sintonía estaba con Winnicott y su apuesta por la creatividad en el campo.


De vuelta en Lima, ejercí por varios años lo mÔs cercano que pude al marco técnico de la disciplina psicoanalítica. El manejo de la neutralidad y la abstinencia necesarias para el desarrollo del proceso eran de cotidiana observancia, pero, de una forma u otra, aparecía cada tanto alguna variable y, amparado por la invitación al gesto espontÔneo que recogí de las enseñanzas de Winnicott y que es inmanente a la naturaleza humana, hacía uso de éste.


Fue en el aƱo 1995, supervisando para optar al grado de "psicoanalista didacta", con SaĆŗl PeƱa, que le escucho decirme: ā€œOye, veo que tĆŗ eres bastante pateroā€, y no lo decĆ­a a la manera de una censura, sino como reconociendo un estilo personal una cierta soltura en la relación con el paciente. Por lo menos, asĆ­ lo entendĆ­ cosa que contribuyó al sentimiento de reconocimiento de mi forma personal de trabajar en cercanĆ­a afectiva con el paciente.


Por entonces ya andaba metido hasta las orejas en la corriente winnicottiana. La mayorƭa de mis trabajos de esa Ʃpoca elaboraban variables que surgƭan del trabajo con mis pacientes, procesos que algunas veces se salƭan de la ortodoxia, sin perder la esencia psicoanalƭtica.


AdemĆ”s, el trabajo en el Centro de Psicoterapia me permitió espacios para rescatar variables terapĆ©uticas, como la implementación de una clĆ­nica de dĆ­a, a la que bautizamos como ā€œCarlos Alberto SeguĆ­nā€. Desarrollamos tambiĆ©n talleres de abordaje intensivo aplicados a patologĆ­as especĆ­ficas, con manejo de variables de enfoque grupal.


Me doy cuenta ahora que era como estar rescatando aquellas prÔcticas de mi formación de origen, enriquecidas, por cierto, con lo recogido en la comprensión psicoanalítica y por el hecho de permitirme experimentar con variables.


También, implementamos en el CPPL un sistema de atención gratuita: una vez al año convocÔbamos al público en general a una experiencia en la que, combinando abordajes de psiquiatría y psicoterapia de una sola entrevista, junto con talleres y conferencias, integrados a su vez con comunicación masiva interactiva, aprovechando la audiencia radial del Dr. Fernando Maestre, dÔbamos cuenta de necesidades de información, experiencias emocionales correctivas, consultas personales, orientación y abordajes con posibilidades terapéuticas. Fueron épocas de mucha creatividad y mística que me es grato recordar.


Creamos, también, un espacio de atención permanente para personas de menores recursos, entrecruzando los requerimientos de formación de nuestros alumnos y terapeutas del CPPL con una gran demanda de atención proveniente del programa radial que conducía Fernando Maestre, en el cual participÔbamos activamente dentro de un marco educativo-terapéutico, haciendo aproximaciones puntuales a las consultas del público, que nos retaba a utilizar el formato de intervenciones de una sola vez, las cuales, con frecuencia, se nos hacía saber que habían tenido consecuencias terapéuticas.


Luego, alrededor del aƱo 2005, nos juntamos tres colegas para formar un grupo de estudios interdisciplinario en torno a la neurociencia, siguiendo las huellas de un grupo de psicoanalistas que proponĆ­an el ā€œneuropsicoanĆ”lisisā€. Hubo, para mĆ­, un antes y un despuĆ©s de esa experiencia: la comprensión de la trama organizativa del cerebro emocional me permitió calar hondo en la temĆ”tica del apego y su relación con la memoria implĆ­cita, con la importancia de la apertura del inconsciente y los afectos del terapeuta en el abordaje de la problemĆ”tica emocional del paciente, dando pleno sentido a lo que ya estaba aplicando en mi trabajo.


LeĆ­mos los trabajos de Eric Kandel, destacado neurocientĆ­fico y Premio Nobel (2000), quien, desde sus aportes sobre el estudio de la memoria implĆ­cita, invita a una integración del espacio inconsciente como Ć”rea comĆŗn entre psicoanĆ”lisis y neurociencia. Por cierto, el peso de la memoria implĆ­cita ha ido nutriendo nuestra valoración de los registros inconscientes sensitivo–sensoriales y emocionales, que subyacen a nuestras conductas, resultando este conocimiento invalorable en nuestro trabajo clĆ­nico.


Este tema recuerda abordajes como el del psicoanalista norteamericano Christopher Bollas, que nos habla de ā€œlo sabido no pensadoā€ y del ā€œinconsciente receptivoā€, puntos importantes de su teorización que coinciden en alguna medida con el concepto de ā€œmemoria implĆ­citaā€.


Posteriormente, encontré grandes coincidencias con la psicoterapia psicoanalítica relacional, que plantea una relación terapéutica mucho mÔs ligada a la comunicación entre los inconscientes del paciente y del psicoterapeuta. Fue, entonces, cuando me di cuenta de que no era tan necesario tener una memoria explícita tan notable como la de mi primer terapeuta, sino que, lo mÔs importante, lo imprescindible en el trabajo clínico era la capacidad de conectar en la terapia el inconsciente emocional del terapeuta con el del paciente. El proceso de cambio corre mÔs por la cuenta de la regulación emocional que transita por canales que van mÔs allÔ de la palabra. La empatía ocupa así el rol principal y la calidad del vínculo permite ir construyendo una base segura, equivalente a la que se da en el apego seguro temprano entre la madre y su bebé.


A propósito de este tema escribĆ­, en su momento el trabajo ā€œDe la tarea de hacer consciente lo inconsciente al encuentro relacional de los inconscientesā€, trabajo mencionado en la bibliografĆ­a. Quisiera citar algunos pĆ”rrafos de este trabajo:


ā€œLas expresiones no verbales cobran mayor importancia y la dinĆ”mica de un acercamiento emocional similar a las circunstancias tempranas de la relación madre–bebĆ© comprometen de una manera diferente la participación del analista. La diada ā€œatención flotanteā€ā€“ā€œasociación libreā€ supone ahora el acercamiento de los inconscientes afectivos del paciente y del terapeuta, con atención a su resonancia relacional afectiva, promoviendo la emergencia de un flujo asociativo y de potenciales emocionales que no tuvieron oportunidad en la infancia temprana por fallas en la respuesta del ambiente.


Es asĆ­ como vengo trabajando desde hace ya un tiempo, encontrando ahora la oportunidad de comprender mejor lo que hago; las nociones de memoria implĆ­cita, de impronta, del trabajo en sintonĆ­a, con sincronĆ­a, la regulación afectiva y el potencial transformacional que de Ć©sta deriva, del proceso terapĆ©utico como fenómeno de campo, de la importancia de los ā€œenactmentsā€ en la sesión, de la ā€œresponsividadā€ (respuesta oportuna), del nuevo lugar que podemos otorgarle al concepto de disociación, etc., cobran sentido alrededor de la noción de conexión cerebral emocional lĆ­mbica y de generación de nuevas sinapsis, lo que se traduce en una ampliación de la capacidad asociativa.


En lo personal, siento que trabajar de esta manera es una forma de fluir con el paciente, de abrir mi subjetividad a una resultante que amplĆ­a mi experiencia de ser, en este caso, con el paciente. Tengo la sensación de que, asĆ­, el proceso me resulta mĆ”s ligero y a la vez mĆ”s profundo; no tengo que inhibir emociones, Ć©stas se adecĆŗan solas en la dinĆ”mica de la sesión. Siempre, por cierto, con la salvaguarda de una atención operativa que contempla la escena y corrige o aporta las posibilidades para el entendimiento o la mentalización.ā€


Mi eje funcional ha variado hacia lo que hace unos aƱos presentĆ© en otro trabajo que titulĆ© ā€œFluir para influirā€. La propuesta era reconstituir las circunstancias fallidas del apego temprano y, de alguna manera, en el presente, participar en la regulación emocional del paciente, facilitando el logro de un equilibrio homeostĆ”tico y una mejor integración del sĆ­ mismo. En esta tarea tiene mucho mayor cabida el acercamiento lĆ­mbico del terapeuta, el poder sentir con el paciente, ayudarlo a integrar y reconocer lo que no le es posible percibir sin asociaciones de temor o angustia de quiebre.


En los tiempos que corren, mi trabajo incluye una apuesta total al fluir asociativo, integrando elementos que provienen de mi vida personal, tamizados de acuerdo al ā€œtimingā€ en el que nos encontremos. Si algo siento en este quehacer en el presente, es que disfruto mucho en el encuentro con ese semejante que me consulta; aprendo en cada caso sus claves afectivas con mĆ”s facilidad, a distancia de encuadrarlos en titulaciones teóricas o racionalizaciones ā€œeruditasā€ y, mucho mĆ”s que nunca, me relaciono con la persona mĆ”s que con su enfermedad. Percibo que puedo acompaƱarlos mejor en sus necesidades de apego, sintiendo con ellos y ayudĆ”ndolos a destrabar emociones bloqueadas e ignotas.

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